Irene Pans Molina: “No tenemos que estar siempre felices, también hay que llorar”

noviembre 25, 2017 | Publicado por: Nerea Marín

EEl caballero de la armadura oxidada”, Robert Fisher cuenta la historia de un caballero obsesionado con su armadura y con derrotar a sus adversarios. Pero, hay quienes quieren ir más allá y ven que hay tras cada personaje y tras cada peripecia. “A primera vista puede parecer el típico libro que recomiendan en los colegios, pero nada más lejos de la realidad. El libro no sólo trata de un caballero que vuelve de la guerra. Antes de saber cómo quitarse su armadura, debe superar unas pruebas. Este cuento pretende hacernos conscientes de que debemos conocernos a nosotros mismos, no ponernos barreras ni dejar que los demás dibujen el camino que tenemos que recorrer”, explica Irene Pans Molina, una jerezana licenciada en medicina por la Universidad de Sevilla y residente en psiquiatría en el Hospital Virgen Macarena de la Hispalense.

En los momentos dulces no se aprende, se cultiva en los desiertos o en las situaciones que nos superan. “No tenemos que estar siempre felices, también hay que llorar”, afirma Pans, argumentando que “necesitamos contrastes y éstos no surgen si estamos los 365 días del año sin problemas”. 

Sustentando que las emociones incómodas (tristeza, ira o miedo) tienen un porqué, la residente en psiquiatría cuenta que “no todo es bueno y hay que aprender a caminar cada uno con su propia mochila, diferente a la del otro”.  Asimismo, añade que “las emociones incómodas son muy útiles ya que nos permiten tener una brújula para apreciar las positivas”.

Tradicionalmente, la educación ha centrado sus esfuerzos en alfabetizar y facilitar el crecimiento intelectual, dejando en un segundo plano el desarrollo personal y social. Sin embargo, ambas enseñanzas son complementarias y deberían estar a un mismo nivel. El reto de las escuelas está en complementar planes de estudios con programas en los que se apliquen metodologías que ayuden al desarrollo de estrategias y habilidades para el bienestar personal y social. A la educación tradicional de crecimiento intelectual hay que añadir el desarrollo personal y social.

La educación es una de las principales preocupaciones de la sociedad española. Así lo certifican las encuestas periódicas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Pero, ¿qué es lo que nos preocupa acerca de la Educación?

SIN EDUCACIÓN EMOCIONAL, NO SIRVEN LOS SOBRESALIENTES
La llegada de un nuevo día la marca el despertador cuando suena. Las rutinas están cronometradas con el “tic-tac” del reloj: te levantas, te vistes, desayunas, coges tus cosas y te marchas. Pero, en el trayecto hacia el instituto un adolescente no sólo lleva libros, también tiene su mochila cargada de emociones. 

El cerebro necesita emocionarse para aprender. Inseguridad, baja autoestima y comportamientos compulsivos son algunas de las consecuencias de la falta de herramientas para gestionar las emociones. La inteligencia emocional es la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos, según la definición de quienes acuñaron el término a principios de los noventa, los psicólogos de la Universidad de Yale, Peter Salovey y John Mayer.

Potenciar en las aulas el desarrollo personal y social, así como el bienestar, no solo produce mejoras en estos aspectos, sino que además incrementan el rendimiento académico. “Hay que aprender a que los problemas no te invadan, no puedes vivir en una tristeza continua. Pero, tienes que asumir que esos sentimientos están ahí”, expone Irene Pans, alegando que no basta con que los menores dominen los contenidos de las materias, es necesario que puedan adquirir destrezas en cuestiones tales como su autoestima, el conocimiento y control de sus emociones, sus habilidades sociales, aprender a resolver conflictos o saber trabajar en equipo.             


La educación emocional responde a necesidades que las materias académicas ordinarias no cubren. De hecho, los jóvenes con un mayor dominio de sus emociones presentan un mejor rendimiento académico, mayor capacidad para cuidar de sí mismos y de los demás, predisposición para superar adversidades y menor probabilidad de implicarse en comportamientos de riesgo. “No es aprender a estar todo el tiempo de buen humor, sino saber qué es lo que te impide seguir adelante para poder superarlo desde una perspectiva sana”, sostiene la residente en psiquiatría.

Decía Sigmund Freud que la madurez es la capacidad de posponer la gratificación. O dicho de otro modo, la facultad de asumir responsabilidades, acumular aspiraciones y tomar decisiones realistasLa inteligencia emocional se traduce en competencias prácticas como la destreza para saber qué pasa en el propio cuerpo y qué sentimos, el control emocional y el talento de motivarse, además de la empatía y las habilidades sociales. 

Focalizar las clases, exclusivamente, en capacidades lingüísticas y lógicas se puede considerar un desacierto. Sin embargo, quienes quieren establecer dinámicas en las aulas que atiendan a las emociones, se encuentran con que tienen pocos recursos docentes. Rafael Bisquerra, director del Posgrado en Educación Emocional de la UB e investigador del GROP, es uno de los investigadores que ha centrado estudios en esta materia y ha publicado más de 15 libros con decenas de actividades, que están disponibles con el fin de fomentar la educación emocional en las aulas.

ANTE LA ALTERACIÓN, RECORDAD LA LUZ ROJA
¿Qué ocurre si cruzas de la mano de un menor en rojo? Entonces, ¿qué pasa si, cuando se pierden los nervios, se sueltan gritos? Enseñar a controlar las emociones también se debe fomentar en el entorno familiar. Mandar una señal al cerebro de luz roja que obligue a manejar los impulsos, los sentimientos y pensar antes de perder los nervios es una forma de poner en práctica la educación emocional en el hogar. Quizás controlar lo que se siente no es posible, pero lo que sí se puede controlar es cómo reaccionar hacia los sentimientos: hay que parar en el semáforo cuando se pone en rojo.

La tensión y el problema no se encuentran tanto en las cosas de nuestra vida diaria, sino en la actitud que tengamos hacia ellos. De hecho, la educación debe ejercer también una función para la prevención de problemas en la convivencia, uno de los principales retos a los que se enfrenta actualmente el sistema educativo. Quizás uno de los más preocupantes es el crecimiento de problemas de salud mental en niños y adolescentes, lo que puede derivar en problemas de conducta.             

Hay veces que el entorno familiar se convierte en un verdadero campo de minas del que es difícil salir ileso. "La familia es el primer escenario de nuestra vida. En ella aprendemos a descubrirnos", destaca Irene Pans. La falta de sinceridad, la existencia de realidades paralelas sólo conocidas por alguno o algunos miembros de la familia distorsionan la convivencia hasta el punto de crear un ambiente irrespirable, explica la residente en psiquiatría y apunta que “el secreto está en la comunicación y el entendimiento”.


De hecho, muchos de los problemas de los adultos se deben a las dificultades en la regulación de las emociones de la infancia y, cuando llegan a la vida adulta, tienen dificultades. Por eso, el tiempo en inteligencia emocional puede ser uno de los mejores regalos que le podemos hacer a los menores para educarlos. En la actualidad, según Irene Pans, “uno piensa que porque se le den cosas a los niños es suficiente. Sin embargo, no planteamos que necesitan estar un tiempo con las personas más cercanas”.

El estudio de la inteligencia emocional nos coloca frente a una disciplina de vital importancia en la vida de cualquier individuo, toda vez que mediante el control de las emociones podemos alcanzar nuestras metas en el plano profesional, así como resolver conflictos de índole familiar e  individual, mediante el pleno conocimiento de nuestro potencial para lograrlo. “La mejor decisión que tomas cada día es estar de buen humor”, apostilla Pans. Aunque añade que “para crear recuerdos felices hace falta estar tristes”.

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